Ya lo dijo Pablo Neruda al referirse a los mercados mexicanos: “Son los más hermosos del mundo”; y entre los más disfrutables están los oaxaqueños. ¿Qué tienen de especial? México desconocido estuvo en Tlacolula e hizo de un domingo cualquiera, una experiencia sensorial.
Como bomba de luces y colores, el tianguis del domingo salpica a todos con chorros de fragancias intensas, exalta la gula con “pecados” que hierven en cazos, que se asan al comal, que se salen de los huacales y luego se parten con las manos para prontamente paladear.
Y las semillas y la lana, y el barro y los telares, los cueros curtidos, el infaltable maíz, se atraviesan al andar por el enorme laberinto bullicioso de la calle principal de Tlacolula y sus ramificaciones. También arrebata la mirada el brillo translúcido del mezcal, que aquí en su rinconcito natal se hace presente, se vende por todas partes y de varios tipos; un comal con empanadas de mole amarillo incita al pasar, la loza de barro negro luce sus curvas a un lado, junto contrasta el cacao blanco y, atrás, el sol parece sacar llamitas de un cerro de chiles muy secos y muy rojos.
Y todo, en cantidades desbordadas, derrochadoras. Un kilométrico pasillo entero del mercado fijo como con seis millones de panes; 20 botes, tambos, para las nieves frutales; una banqueta saturada de molcajetes y metates, y otra, de objetos de cuero; cerros de sombreros y de comales gigantes recargados uno sobre el otro, harinas, condimentos, hierbas al por mayor, petates y cazuelas, huaraches y sarapes.
Abajo, en el suelo, los guajolotes retuercen la cabeza de lado a lado y arriba de ellos, las hamacas acarician las retinas al ondular sus colores con el aire, y la carretilla de dalias también golpea la vista para que volteen a ver sus tonos encendidos. Cañas verdes, paralelas; piedras de cal apiladas, verticales; tapetes multigrecas inclinados en los mecates. ¡Qué pobres son los ojos, que no alcanzan a atrapar tales rompecabezas mercaderiles que como múltiples flashazos los van sorprendiendo!
De muchos pueblos de los valles centrales de Oaxaca llegan los indígenas, principalmente, a vender y a comprar a Tlacolula el domingo, y a deslumbrar las mujeres con el colorido de su ropa. Para el experto no es difícil saber su procedencia, basta ver las prendas que portan: mascadas solferino, rebozos amarillos, blusas floreadas, faldas de lana, fajas rojas, enredos grises…
Inagotable, invaluable e inolvidable es el mercado dominguero de Tlacolula, resumen perfecto del centro de ese estado, Oaxaca, que casi es un país.
No hay encuentro más colorido ni más antiguo ni más sabroso que el del florido tianguis. Es una gran algarabía pública, fiesta indígena en origen, en esencia. Y a esta fiesta todos estamos invitados, cualquier domingo del año.
Un mercado para cada día de la semana
Lunes. Miahuatlán
Martes. Ayoquezco
Miércoles. Etla y Zimatlán
Jueves. Ejutla y Zaachila
Viernes. Ocotlán
Sábado. Ciudad de Oaxaca
Domingo. Tlacolula
En medio de la ciudad de Tlacolula, el domingo explota con mil colores.
Fundirse entre sus colores y texturas, dejarse envolver por sus ritmos y tiempos es disfrutar Oaxaca.
¿Dónde está?
Santa María de la Asunción Tlacolula, su nombre religioso, o Tlacolula de Matamoros, el nombre oficial, se sitúa a 30 kilómetros de la capital del estado. Antiguo asentamiento zapoteca es cuna del mezcal, y su templo de la Asunción y capilla del Señor de Tlacolula, del siglo XVI, muestran asombrosa decoración de yesería y de hierro forjado.
Como bomba de luces y colores, el tianguis del domingo salpica a todos con chorros de fragancias intensas, exalta la gula con “pecados” que hierven en cazos, que se asan al comal, que se salen de los huacales y luego se parten con las manos para prontamente paladear.
Y las semillas y la lana, y el barro y los telares, los cueros curtidos, el infaltable maíz, se atraviesan al andar por el enorme laberinto bullicioso de la calle principal de Tlacolula y sus ramificaciones. También arrebata la mirada el brillo translúcido del mezcal, que aquí en su rinconcito natal se hace presente, se vende por todas partes y de varios tipos; un comal con empanadas de mole amarillo incita al pasar, la loza de barro negro luce sus curvas a un lado, junto contrasta el cacao blanco y, atrás, el sol parece sacar llamitas de un cerro de chiles muy secos y muy rojos.
Y todo, en cantidades desbordadas, derrochadoras. Un kilométrico pasillo entero del mercado fijo como con seis millones de panes; 20 botes, tambos, para las nieves frutales; una banqueta saturada de molcajetes y metates, y otra, de objetos de cuero; cerros de sombreros y de comales gigantes recargados uno sobre el otro, harinas, condimentos, hierbas al por mayor, petates y cazuelas, huaraches y sarapes.
Abajo, en el suelo, los guajolotes retuercen la cabeza de lado a lado y arriba de ellos, las hamacas acarician las retinas al ondular sus colores con el aire, y la carretilla de dalias también golpea la vista para que volteen a ver sus tonos encendidos. Cañas verdes, paralelas; piedras de cal apiladas, verticales; tapetes multigrecas inclinados en los mecates. ¡Qué pobres son los ojos, que no alcanzan a atrapar tales rompecabezas mercaderiles que como múltiples flashazos los van sorprendiendo!
De muchos pueblos de los valles centrales de Oaxaca llegan los indígenas, principalmente, a vender y a comprar a Tlacolula el domingo, y a deslumbrar las mujeres con el colorido de su ropa. Para el experto no es difícil saber su procedencia, basta ver las prendas que portan: mascadas solferino, rebozos amarillos, blusas floreadas, faldas de lana, fajas rojas, enredos grises…
Inagotable, invaluable e inolvidable es el mercado dominguero de Tlacolula, resumen perfecto del centro de ese estado, Oaxaca, que casi es un país.
No hay encuentro más colorido ni más antiguo ni más sabroso que el del florido tianguis. Es una gran algarabía pública, fiesta indígena en origen, en esencia. Y a esta fiesta todos estamos invitados, cualquier domingo del año.
Un mercado para cada día de la semana
Lunes. Miahuatlán
Martes. Ayoquezco
Miércoles. Etla y Zimatlán
Jueves. Ejutla y Zaachila
Viernes. Ocotlán
Sábado. Ciudad de Oaxaca
Domingo. Tlacolula
En medio de la ciudad de Tlacolula, el domingo explota con mil colores.
Fundirse entre sus colores y texturas, dejarse envolver por sus ritmos y tiempos es disfrutar Oaxaca.
¿Dónde está?
Santa María de la Asunción Tlacolula, su nombre religioso, o Tlacolula de Matamoros, el nombre oficial, se sitúa a 30 kilómetros de la capital del estado. Antiguo asentamiento zapoteca es cuna del mezcal, y su templo de la Asunción y capilla del Señor de Tlacolula, del siglo XVI, muestran asombrosa decoración de yesería y de hierro forjado.
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