domingo, 30 de diciembre de 2007

Una historia de 24 años, Estados Unidos y México


WASHINGTON.— Las relaciones entre Estados Unidos y México reflejan en gran medida lo que ahora aparece como el arco descendente que transita la potencia estadounidense, que, a pesar de su hegemonía indiscutible y continua, pasó de ser en 1984 un país seguro de sí mismo y una cierta unidad de propósito, a ser en 2007 una nación insegura y poseída por sus paranoias.

Entre 1984 y 2007 fui corresponsal de medios mexicanos en Washington, incluidos 17 años para EL UNIVERSAL, y testigo de los altibajos en una relación que por conveniencia política los gobiernos de los dos países decidieron “compartamentalizar” para evitar contaminaciones negativas.

Y si bien es cierto que en esos 24 años la relación bilateral se incrementó exponencialmente a niveles de gobierno, economía y sociedad, los progresos políticos fueron más bien relativos, a pesar de la importancia que el uno tiene para el otro.

Para hacer una breve historia de los últimos 24 años en la vida de Estados Unidos, habría que describir los 80 como la época de su último empujón, cuando un Ronald Reagan confiado en la potencia de la economía de su país usó la “tarjeta de crédito” para sumir a Estados Unidos en déficits sin precedentes pero, al mismo tiempo, “quebrar” literalmente a la Unión Soviética y culminar el proceso que llevó a su disolución.

Pero fue también la década del Irán-contras y de la ayuda a los mujahedines en Afganistán. Y si el uno fue un triunfo para Estados Unidos, el otro plantó las semillas de crisis posteriores, incluido el ascenso del Talibán y el fortalecimiento de un pequeño grupo fundamentalista: Al-Qaeda.

Los 90 se iniciaron con la primera guerra del Golfo, con el competente pero políticamente infortunado George H. W. Bush al frente de una coalición que pagó los gastos del ejército estadounidense al forzar el retiro de Kuwait de las fuerzas iraquíes, pero no a la derrota definitiva de Saddam Hussein y al establecimiento de una base estadounidense en Arabia Saudita que ofendió a los musulmanes más conservadores.

Ya para ese momento Estados Unidos no tenía rival ni contrapeso internacional. Y mientras México terminaba los 80 y comenzaba los 90 entre crisis económicas que lo llevaron a proponer y negociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que entró en vigor el 1 de enero de 1994, el mismo día que marcó el inicio de la sublevación zapatista y de un año que sacudió al país con el asesinato de Luis Donaldo Colosio y culminó con el “error de diciembre”, una crisis del peso que llevó a un “rescate político-comercial” que dejó ganancias considerables a Estados Unidos.

Pero fueron el TLCAN y el “rescate” financiero mexicano los que al marcar victorias políticas para el gobierno del demócrata Bill Clinton señalaron también sus conflictivas relaciones con los demócratas por un lado y los republicanos por el otro. Su habilidad política lo llevó a dejar un país económicamente fuerte, pero sus conflictiva relación con el Congreso, simbolizada por el intento de desconocimiento constitucional tras el escándalo alrededor de la relación con Mónica Lewinsky, dejó una nación cada vez mas dividida.

En ese marco, México completó un paso a la democracia electoral que llevó a la salida del Partido Revolucionario Institucional (PRI) luego de 70 años en el poder, y el ascenso de un Partido Acción Nacional (PAN) considerado como más afín a las ideas estadounidenses.

Pero la cercanía que se esperaba fuera una mejor relación, una esperanza alimentada por la llegada de George W. Bush al poder en 2001, fue frustrada por los atentados terroristas del 11 de septiembre de ese año, que al mismo tiempo dieron cuerpo a los temores y la paranoia congénita de este país.

Ahí donde el gobierno de su padre fue marcado por un pragmatismo sin alma, el de Bush hijo fue marcado por su confianza en una ideología neoconservadora que llevó a la distorsión y el uso político de los mecanismos de inteligencia del gobierno estadounidense para acomodar sus metas de aprovechar la guerra contra el terrorismo para concluir lo que consideraron como una aplazada guerra contra Irak por el control y la “democratización” de Medio Oriente.

Casi seis años después de su inicio, la intervención militar en Irak divide a Estados Unidos y no tiene para cuando acabar, aunque junto con efectos atribuidos a los ataques de spetiembre de 2001 y el manejo especulativo de la economía crean una sensación de crisis que incrementó los sentimientos xenofóbicos de muchos estadounidenses y la oportunidad siempre aprovechada por la derecha para convertirlos en chivo expiatorio de sus males.

Y pese a la “compartamentalización” y la creciente comunicación y colaboración entre los gobiernos de México y Estados Unidos y la creciente interrelación entre las poblaciones, la relación política enfrenta la mayor intransigencia estadounidense y las necesidades políticas de un México donde la dinámica interna obliga al gobierno a enfriar relaciones con su principal aliado externo.

24 años después de llegar a Wa-shington termina una etapa profesional y toca poner fin a esta columna y regresar a México para nuevas tareas asignadas por EL UNIVERSAL. Pero no a la convicción de que, a querer o no, a gustarnos o no, México está obligado a dar una atención privilegiada a su relación con EU.


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